Hoy me han regalado, por sorpresa, el DVD de Inteligencia Artificial. «Su amor es real. Pero él no lo es».
La primera vez que la vi, en el cine, no entendí por qué no tuvo buena acogida por el público y la crítica, porque me pareció deliciosa, incluido el final... el imaginativo y polémico final. Sin querer explicar todas las razones, es posible que muchas personas esperaran una película más entretenida, menos cargante de reflexiones filosóficas.
He de reconocer que la mayor sensación que me produce la película es angustia. Angustia existencial. ¡Qué maldición aquella de la vida eterna! ¡Qué maldición aquella, la del amor no correspondido! Y en combinación, ¡¿Qué tragedia mayor que la del amor eterno, por definición, imposible?! Pero al ver hoy de nuevo la película, aparte de esa angustia empática que se comparte con el protagonista, viendo la escena de la cama final he acariciado por unos instantes lo que debe significar querer morir. El Hombre Bicentenario apenas supo transmitir la idea.
Espero no terminar cogiéndole manía a esta película. Por buena.
A mí El hombre bicentenario no me llevó a sentir nada más que la misma pena ajena de siempre y es que Robin Williams es, a mí parecer, un actor que sobreactúa. Me gusta ir al cine, disfruto yendo al cine y si las pelis me gustan repito pero no por eso dejo de ver ciertas pelis. Por eso he visto la gran mayoría de las pelis en las que interviene Robin Williams y me parece un mal actor.
A.I. me gustó, me dejo vacío existencial y si, las pelis no siempre te muestran lo que esperas como espectador que quiere ver una vida color de rosa pero me gustó. Me dejó un vacío enorme pero igual me gustó.
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